6 may 2010

MATER

Este curioso día, me siento sumamente emocionado, y la ternura me invade de pronto, porque tengo que dirigir estas palabras cargadas de afecto y simpatía al ser más sublime que Dios ha puesto junto a nuestras vidas, como muestra de que él está entre nosotros: ese ser excelso es la madre.

Madre, no hay sobre la faz de este mundo, un idioma capaz de expresar tu valor, tu belleza y tu ternura más que el lenguaje divino del amor.

Madre, tus brazos siempre estuvieron abiertos cuando aspiré una caricia. Tu corazón y tu humildad siempre intuyeron cuando necesité a alguien a quien confesarle mis alegrías o mis penas y viniste a mi encuentro con una sonrisa que me devolvía la calma. Madre, tus ojos tiernos se endurecían cuando me hacía falta una lección. Tu amor infinito y tu paciencia me guiaron, y me dieron alas para volar.

Hay instantes en la vida, en los que uno se maravilla con las obras que Dios ha creado y hoy, precisamente es uno de esos momentos, este día detenemos nuestra andanza para cantarle a ese ser impregnado de divinidad y de ternura, a ese ser que arriesgando su vida nos trajo a este mundo: nuestra madre.

Madrecita, eres el único ser en este mundo que siempre está pendiente a mis necesidades de manera incondicional.
Si te olvido, me perdonas.
Si me equivoco, me defiendes.
Si no puedo con los demás, me abres una puerta.
Si estoy feliz, te alegras conmigo.
Si estoy triste, no sonríes hasta hacerme sonreír.

Eres el regalo más grande que me ha dado Dios.