Tú oyes mi silencio
con
la infinita calma
de
tu sublime dicha,
y
yo sigo en mi orbe cabizbajo,
absorto
en no sé qué indiferencias
y
omito una vez más
la
risa heredada de mi infancia.
Volví
a extraviarme
de
la escondida senda,
la
estela ondulante de tu piel,
el
vaivén inexplorado de mis días,
desconcertaron
mi calma,
bendita
deidad transfigurada…
Y
vago desesperado
en
este valle de gemidos
buscándome
yo mismo…