10 may 2009

WILLIAMS MONROY EN ESPEJO DE PAPEL

Narrativa libre de
WILLIAMS MONROY

Exordio

La cuestión que exhibe el cuento “Muerte y verdad”, se evidencia de principio a fin, es la voz de alguien que yace oculto en algún hueco de este mundo clamando justicia más que venganza, exclamando una verdad dolorosa e incómoda.

Así como suceden los hechos en la vida cotidiana, con todas sus bemoles, así nos va perfilando el autor esta historia de consternación. Con un lenguaje coloquial y sencillo como el personaje que nos narra la historia. Williams Monroy emplea una técnica narrativa sencilla pero apropiada, nos introduce en la historia misma con admirable estilo, situándonos en un escenario andino, en donde acontecen los hechos que dan vida a este relato.

Este es un relato impactante que nos ayuda a no dejar de reflexionar sobre el terrible drama social que vivió nuestro país desde 1980 hasta mediados de los 90.

Reproduciendo el lema pintarrajeado en miles de paredes de nuestra patria, por grupos radicales “La sangre derramada, jamás será olvidada” así pretende este relato, mantener viva la memoria de la tragedia que le tocó protagonizar a la gente de nuestro pueblo. Que la sangre derramada no quede en el olvido, no para cobrar venganza, sino para no caer en lo mismo en la posteridad.




MUERTE Y VERDAD



Nos dijeron que antes de recibir a la muerte hizo adiós con la mano. Ese día era un día que olía a muerto. No salió el sol, frío bastante. El suelo estaba húmedo y se escuchaba a la montaña silbar la canción de la muerte, esa que desaparece y vuelve a aparecer.

Ya no había muchos en el pueblo, solo algunos viejos que se quedaban para cuidar lo poco que quedaba y nosotros.

Están cerca. Hace frío. Están ya cerca aunque es difícil de saber. Aquicito no más le dijeron al Humberto y llegaron al segundo día Carajo, hace frío. No puedo dejar de temblar ¿es frío o miedo?... ¡Cobarde de m…! Eso es lo que eres. No, no lo soy, te equivocas taita, yo no soy cobarde, me pelié con tres la otra vez y a los tres me los chanté. ¿No te acuerdas que los chanté? Tú estabas mirando no más. Pero es el frío que hace aquí en la puna, todos tenemos frío aquí menos el taita, dicen que tiene pellejo de llama ¿Recuerdas al Guambrillo cuando llegó Tota? paraba todo el día con una frazada encima ¡Pobre Guambrillo! dicen que se fue pero sabemos que se lo llevaron los cachacos

– ¡Es un terruco!, decían, vino con ellos. ¡Mentira carajo!

Él era bueno segurito, lo mataron. En un hueco de por ahí ha de estar enterrado. Es cierto. Y dicen que quedó con la mano así extendida mientras las balas le atravesaban el cuerpo. Pero no gritó, no se quejó. Los disparos se escucharon hasta la cueva de la montaña allá por la tienda de la Tota. Ese día hacía frío como hoy ¿verdad, Zoila? Sí, hacía frío de muerto… La gallina estaba acurrucada en un rincón del corral.

***

El cielo estaba llenito de nubes que no dejaban al sol asomarse para calentar un poquito siquiera. Era un día frío cuando llegaron los militares buscando terrucos – decían – pero nos pedían comida también como ellos; qué podíamos hacer:

– ¡Te llevo como terruco, cholo! nos decían.
– ¿A Lima?, ¿para qué?, ¿para ser limosnero? jodida vida.

Cuando llegaron los cachacos bajaron la bandera roja que habían puesto los terrucos en la torre de la Iglesia. Esa la pusieron después de matar al padrecito. Le hicieron un juicio popular y lo mataron por soplón y por servir al opresor, dijeron. Los milicos bajaron la bandera roja y nos dijeron que los terrucos ya no iban a volver. Nadie les creía, mientras se comían nuestra comida.

***
– ¡Atención! –Gritó el teniente Zavala…
– ¡Formación! gritó el cabo.
– ¡Apunten!...

Cuando llegó la tarde las nubes que estaban arriba, taparon al pueblo y el frío se hizo más fuerte todavía. Los cachacos estaban que tiritaban de frío cuando un ¡boom! se escuchó cerca de la puerta del cementerio volando la reja por los aires. El cabo fue el primero en disparar como loco, a lo que se moviera. Nadie salió de sus casas. Las balas nos rozaban por las orejas.

– ¡Carajo, están por todos lados, mi teniente!
– ¡Cállate la boca y dispara carajo!…
– ¡Sepárense!

Otro ¡boom! y los cachacos volaban en mitades, nadie salió. Uno de ellos entró a nuestra casa herido.

– ¡Ustedes lo sabían, cholos de m…! vociferaba.
– ¡Todos ustedes son malditos terrucos! ¡Asesinos!

Allí nomás calló. Pero más soldados llegaron, dicen. Es cierto. Y ya no dispararon más.

– ¡Aquí hay uno mi teniente y está vivo!
– ¡Cholo, terruco de m…!
– ¡Dime! ¿Dónde están los demás? ¡Habla! gritaba.
– ¡Todos son terrucos!- dijo el cabo- ¡sabían qué iba a pasar!
– ¡Hay que fusilarlos!

Entraron en la casa y sacaron a los pocos hombres que había. Entre ellos al Guambrillo. Los arrastraban de los pelos y miraban sus caras.

–Este es, decía el cabo, tiene la cara.
–Y este, y este… ¡Malditos!

Cuatro se llevaron ese día frío que olía a muerto. Ninguno regresó. El Guambrillo fue uno de ellos… También el taita.

***

Era el día de la Asunción cuando José Canales llegó al pueblo. Era un día de fiesta. Había mucha gente que venía de Lima, pues, para celebrar con bandas, fiesta, comida y mucho aguardiente para el frío.

El Guambrillo, como lo llamamos, era de un pueblito de Madre de Dios. Nos contaba que era un lugar muy caluroso. Por eso es que el pobre parecía un bodoque de lana, todo envuelto de mantas por el frío.

Vino solo. Con una mochila grande en sus espaldas, parecía gringo, pero el color de su piel y lo grueso de su pelo lo delataban. Algunos decían que llegó huyendo de la policía, otros dijeron que fue por deudas, otros que por problemas con una mujer. Lo cierto es que vino y se quedó y se hizo amigo del pueblo. Ayudaba al padrecito, siempre estaba en las asambleas y en las fiestas.

Cuando llegaron por primera vez los terrucos y mataron a Don Fermín, el alcalde; él no se fue como otros, se quedó para hacer las rondas. Nunca se casó. –No hay mujer que me aguante- decía. Aunque a la Justina, sí, la hija de don Plácido, le brillaban los ojitos cuando lo veía acercarse o caminar por la plaza.

Siempre estaba abrigado. Cuando hacía muchísimo frío decía que era cuando más extrañaba a su calorcito. Bien extraño hablaba, parecía que cantaba y su risa era escandalosa. Un día se emborrachó con unos compadres en la tienda de Tota y su carcajada se escuchaba en todo el pueblo…

– A mí me ayudó el Guambrillo… me enseñó a pelear…
–Miedo no tengas, Miguel, como nosotros, son hombres los terrucos, nomás porque ellos tienen armas; pero también les duele en la cara un puñetazo, qué crees…

–…me enseñó a defenderme. Así fue que un día me pelié con tres mientras llevaba a pastar a los borregos, el Taita solo miraba. Sí que los dejé partidos. Y el taita que me llamaba cobarde. Fui y le agradecí al Guambrillo.

Ese día fue que me dijo que estaban cerca.
– ¿Quiénes?
–Los terrucos. Son unos asesinos… Me buscan…
– ¿Y por qué a ti, Guambrillo?
–Porque yo fui uno de ellos.
***

–Revisen si alguno está vivo. Entiérrenlos, vuelvan al pueblo y busquen a un tal Miguel Huamaní, amigo del selvático ese y llévenlo a la roca detrás del cementerio. Ese cholo también es terruco. Lo dice su cara. Cholo de m… Es un dirigente.

***

– ¡Pero ya no soy! logré escaparme, pero ya no puedo volver a mi tierra. Son malos. A veces con los cachacos nos enfrentábamos, pero ni tiempo tenían para defenderse. Un día me hicieron en la cabeza dispararle a uno. Allí decidí escaparme.

–Ahora ya están cerca. Ojalá vengan los cachacos antes que ellos. Dile a todo el pueblo que no salgan de sus casas. Si llegan los cachacos, ellos nos defenderán. Ellos tienen armas.

***

Mataron al alcalde, al padrecito, a Don Sebastián; se llevaron a muchos a la montaña: mujeres, hombres, niños; pusieron la bandera en la torre de la Iglesia y pintaron la pared del cementerio. El Guambrillo se escondió debajo de una gran roca en el precipicio con algunas mujeres y sus hijos. A mí me dejaron en el pueblo como el nuevo dirigente popular. Si no cumplía con el partido, iba a ser juzgado por el pueblo a su regreso.

***

Los soldados entraron a la casa y lo arrastraron de los pelos.

– ¿Dónde se esconden?... ¡Dónde!...
– Todo esto era una emboscada… ¿Verdad?
–Tú eres ¡Su dirigente!...Maldito Cholo…

–No jefe, ¡ay! patroncito lindo ¡ay!, no me pegue más…

– ¡Ay!... ¡Yo no soy terruco!

Escuché un fuerte ruido…mi cabeza me quema….Ya no recuerdo más, lo que sé me lo contaron, no sé qué más pasó.


El frío y el olor a muerto no se han ido del pueblo, dicen que es porque vagamos esperando que nos escuchen. Pero quién va a escucharme en este hueco… aunque yo tenga la verdad.