12 jul 2009

WILLIAMS MONROY ARCAYA, EN ESPEJO DE PAPEL

FE DE ERRATAS
(Cuento)
Introito

Con la publicación de esta impactante historia, cerramos un ciclo de publicaciones semanales ininterrumpidas.

Nos complace sobremanera hacer llegar a nuestros lectores, este nuevo cuento de Williams Monroy, titulado “Fe de erratas” cuya temática apela a nuestra memoria colectiva para rememorar un eterno segundo de la herida sangrante que tuvieron que soportar los protagonistas de este relato, pero también nuestra patria y su gente.

La crudeza de los temas que aborda, exige un lenguaje directo y sin fingimientos, que connota junto con lo que nos va narrando, la inmensa cruz que llevaban a cuesta los peruanos de entonces y que muchos pueblos aún cargan hoy en día.

Williams tiene un estilo peculiar que se caracteriza por su rompimiento del espacio cronológico lineal, para dar paso a la emanación de escenas e ideas que pretenden salir de golpe, pero que terminan dando prioridad a ciertos sucesos por su magnitud e importancia, para que los que siguen nuestros pasos no caigan en lo mismo y para dejar sentada una memoria que jamás debe olvidarse. Busca nuestro autor con Fe de erratas demostrar que los pasos mal dados deben corregirse para que la historia nos recuerde como seres civilizados.
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Felipe
Cuando abrió los ojos no escuchaba nada, solo llegaba a ver el cielo azul sobre él, no sentía dolor, no sentía ardor, no gemía, no lloraba, no sentía; solo quería ver a sus amigos, los buscaba pero no los encontraba, ni siquiera podía voltear su cuello para ver si estaban a su lado. -¡Gío!; ¡César!; ¡Víctor!; ¡Matías!-; nada. Quiso levantar su mano, pero no podía, no podía, no podía más-¡Perdónenme!
Sus ojos se volvieron blancos como las nubes que miraba cuando llegó a escuchar voces en un eco interminable.
-Estos son, estos son los malditos, estos son.
***

-Mañana nos vamos de campamento, Víctor.
-¿Mañana? Pero si las cosas están que arden, Felipe. Por favor no vayamos mañana…
-No pasará nada, hay mucha seguridad a donde vamos. Además mientras hagamos caso a los cachacos, nada pasará.
-Pero si hace unos días hubo un atentado…
-No está confirmado y no fue aquí, fue en provincia. Nosotros vamos a ir aquí nomás, a Santa Eulalia para luego subir en camión, con los mismos pobladores de San Pedro, hasta Markahuasi….
-Pero…
-Nada, nada, nada. Mañana partimos. Que no se diga más. ¿Vienes?
-No sé, amigo, me da como mala espina.
-Oye, ya pues, todo el grupo va a ir. Recuerda que tu mala espina también la sentiste antes de postular a la universidad y ya ves, ingresamos.
-Ya, está bien, iré. Pero con una condición.
-¿Y cuál es esa condición, Víctor?
-Partamos en la mañana, quiero estar de día en Santa Eulalia.
***
-Dios no existe… Si existiera, este lugar no oliera a muerto, carajo.
-A m… es lo que huele.
-Es lo mismo: m…, muerte, hambre,… es lo mismo.
-¡Cállense carajo! Silencio. ¿Lo oyen?-
-´ta madre, son terrucos… ¡al suelo!
-Falsa alarma. Pero, ¡qué m….! Oigan, ustedes, qué hacen aquí.
-¿A dónde se dirigen? -gruñó el soldado con su fusil en la mano apuntándoles y con el dedo índice puesto en el gatillo.
-A Markahuasi, jefe -contestó Felipe- estamos de paseo, vamos a acampar.
Los ojos de los soldados que estaban de pie los miraban con desconfianza y más que algunos llevaban puesto pasamontañas y solo esa parte de la cara se les podía ver.
-¿Son de Lima? Deben de estar locos. Las cosas están peligrosas por acá… Cabo, revísenles sus cosas a estos muchachitos… ¿Acampar?
El soldado que les hablaba tenía una voz gruesa y profunda y Víctor se había dado cuenta con la luz de la linterna, que era el que llevaba puestas las botas más sucias que todos los demás.
-¿Qué miras?- gruñó el soldado.
-Nada, jefe, nada.
-Nada mi sargento, solo ropa y trago y sus carnés de la universidad.
-Así que son universitarios los niños, miren nada más.
-Sí, somos de la universidad, pero estudiamos distintas carreras, aunque de la misma base- afirmó Matías con temor.
-Mi sargento-
-Dígame, cabo.
-Mariátegui.
-Y esto, mis queridos “estudiantes”.
Dos soldados con pasamontañas los apuntaron al mismo tiempo que preguntaban si disparaban.
-Calma, que estos polluelos estás desarmados.
-Pero se van a encontrar con otros que si lo están- gritó uno de ellos.
El sargento los miró y les volvió a preguntar qué hacían en Santa Eulalia a las tres de la mañana.
***

Matías
La sangre no lo dejaba respirar. ¡Me ahogo, me ahogo! Pensó que gritaba, pero no se oía voz alguna. -¡Me ahogo, me ahogo!- Su garganta quemaba, su cuerpo mutilado yacía en un charco de sangre pero que no solo era de él, sino de otros que con ellos estaban. Su mente recordó las clases en la universidad, el rostro de su madre orgullosa por su hijo universitario, la alegría de sus amigos cuando le cortaron el pelo y el rostro de sus compañeros de viaje. -¡Me ahogo, me ahogo!- Lloró, pero no sentía sus lágrimas en el rostro. Lloró, pero el hombre de pie a su lado no se conmovió. Disparó.
***

-¿Ya estás lista?
-Claro. Oye, lo de hoy, por favor, que quede entre nosotros.
-Pierde cuidado, Gío.
-Oye César. Gracias, fue bonito.
-No, Gío, la pasamos bien. Tú sabes que yo…
-No lo digas, por favor, no lo arruines.
-Vamos, Matías nos está esperando afuera.
-Dónde estaban, maldición. Ya son las doce y cuarenta. Vamos a llegar tarde a la agencia.
-Tranquilo, viejo, hay otro bus que sale media hora más tarde.
- Sí, Mati. No te preocupes, intervino Giovanna -Además que yo sepa, Víctor le dijo a Felipe que quería llegar de día a Santa Eulalia.
-Ya ves, viejo, cálmate, ya te pareces al profesor de investigación literaria.
-´ta, ni me lo menciones, cumpa.
-Jajaja, casi te jode el verano, verdad Mati.
-Ya cállense los dos y vámonos.
***

-Ya les dijimos que estamos de campamento- dijo con voz temblorosa Felipe.
-¿Nada más, cabo?- gritó el hombre con su voz gruesa y profunda
- Nada más, mi sargento.
- Miren muchachitos, esto me parece muy sospechoso. Nadie viene a acampar por aquí hace mucho tiempo. Si es verdad lo que me dicen, nada les pasará, pero si es mentira, recuerden que solo hay una salida, no lo duden, iremos a buscarlos. ¿Está claro?
-Muy claro- contestó Felipe.
-Ahora, lárguense de mi presencia, acampen en Barba Blanca.
-Pero mi sargento, se acercó el cabo, no es conveniente que los dejemos ir, podrían estar fingiendo.
-Lo sé, cabo, pero estos muchachitos, podrían ser mis hijos, ¿no viste sus caras? La chica, un poco más se echaba a llorar. No, estos cojudos son de los que ni se enteran, ni les interesa qué pasa en su país. Yo me preocuparía por esos cholos apestosos que suben todos los días en camión.
***

-Ya ves que perdimos el bus. ¿Por qué se demoraron tanto?
-No me digas nada a mí –gruñó Matías- diles a esos dos tórtolos.
-Sí, no fue culpa de Matías, Víctor, nos detuvimos un momento para preparar algunas cosas y se nos pasó la hora.
-Pero si era para llegar de día…
-Cómo que si era, acaso no hay otro carro que salga en media hora más.
-No, César, no hay. Con todo esto de que Chosica está declarado como zona peligrosa, han restringido las salidas de los buses y no hay sino hasta las cinco treinta y solo hasta Ricardo Palma.
-Pero chicos, dónde está su espíritu de aventura…
-¡Nada de aventura Felipe!... Lo mejor es quedarnos hasta mañana y partir a la hora en que quedamos.
-Pero Víctor, nos quedaría menos tiempo para disfrutar, ¿no crees?
-Te entiendo Gío, pero qué quieres, ¿que caminemos desde Ricardo Palma hasta Santa Eulalia?
***

César
Olía a carne chamuscada. -¡Dios, qué dolor!- Olía a muerte, olía a pólvora. ¡Qué ardor! Algo tibio recorría su espalda mientras su cuerpo seguía inerte sobre la trocha, su boca abierta tragaba la tierra del suelo, sus ojos y su rostro comunicaban dolor, no sabía si lloraba o era el sudor que caía de su frente. Su aliento escupía la tierra que entraba a su boca. Ardía, dolía. Su mano derecha se arrastraba para alcanzarla. La veía pero ella no. Otro sonido estridente y seco le puso su cabeza contra el suelo. Por más que quería no podía cerrar sus ojos.

***
-¿Pero, qué tenemos aquí, camaradas?
- Niños burgueses que vienen a gastar la plata de su papi burgués.
-Y qué hace esta preciosura con ustedes. ¿No sabes que es muy peligroso que estés por aquí, cariñito? dijo uno de ellos a Giovanna.
-Sí, te pueden lastimar. Habló otro.
-No, si nosotros lo impedimos, gruñó César entre enojado y temeroso.
-Uy qué miedo, con que este es el maridito.
-¡Basta camaradas! gritó el que llevaba un arma más pequeña que la de los otros. Para eso no estamos aquí. No degraden nuestra misión. Además respeten la presencia de la camarada Miriam.
-Pero camarada, si estos estúpidos no están a favor nuestro, están en nuestra contra.
-No, eso es mentira, gritó Felipe con voz casi temblorosa, nosotros simpatizamos con la causa, somos de la universidad del pueblo y hemos leído los siete ensayos, no por no cargar armas estamos en su contra, ¿verdad, camarada?
-Cállate niño huevón. Que si no te mato es por que no tenemos la orden ni el tiempo para hacerlo. Lárguense de aquí, antes de que me arrepienta. Y pobre de ustedes que hablen una sola palabra, juro que los encontraremos y les haremos juicio por traidores. Denles sus cosas camaradas…
Mientras se iban el hombre con el fusil pequeño volvió hacia Giovanna.
-Tú, niña, regresa a casa, estás en medio de una guerra.
-Pero, ¿cuál guerra?
-La del pueblo contra el opresor.
***
Giovanna
Estás en medio de una guerra, de una guerra, de una guerra, guerra, guerra…Despertó. Las palabras de aquel hombre retumbaban ahora en su cabeza. Buscó a César. Lo vio y no pudo llorar. Lo vio y no pudo gritar. Su mano estaba extendida como si quisiera alcanzarla, como si quisiera abrazarla.
-Quiero ir a casa, César, llévame a casa.
Alrededor de ella se oían voces confusas.
-¡Identifica a esos malditos!
-¡Aquí hay uno de ellos!
-Vuélale la cabeza… Oscuridad.
***
Subieron al camión, temblorosos y cansados, no pensaban pasar la noche en Santa Eulalia, ni mucho menos estar tan cerca de la muerte dos veces. Estaban en silencio y solo se rompió cuando Giovanna dijo en voz baja y con un tono de miedo.
-“Quiero regresar a casa”.
-Tranquilos amigos, -dijo Felipe- ya estamos en el camión, aquí nada nos pasará.
No había terminado de decir esto cuando una luz cegadora, como si el sol estuviese junto a ellos, los envolvió sintiendo sus cuerpos llenarse de ardor y desgarrársele la carne, sin tener tiempo ni tan siquiera para gritar.
***

Víctor
Despertó como de una pesadilla. Enseguida comprendió que había ocurrido lo que más temía. Apareció el dolor. Aunque no sabía exactamente dónde estaba, logró arrastrarse y luchaba contra el dolor para voltearse, pero no podía, sentía ardor en la espalda. Pensó que era por el sol, pero realmente lo que sucedía era que se le había abierto en dos y sus piernas se habían perdido en el abismo. El dolor se hacía más agudo y comprendió que estaba alejado de los demás, pero el dolor seguía haciéndose más fuerte y se dio cuenta que sus compañeros no estaban a su lado y el dolor se hacía más fuerte y comprendió que estaba solo y el dolor más y más fuerte y por su boca tragaba tierra y el dolor, el dolor, el dolor desaparecía y se acercaron a él y el dolor se desvanecía y el miedo lo cubría y el dolor ya no lo sentía y alguien gritaba que quedaba uno con vida y el dolor ya no existía –Sí, aquí hay todavía uno. Y sentía que su vida se iba, quiso mirar, quiso saber… pero, pero si son, son… Oscuridad.
***
-¡Señor!… ¡Mi sargento!… ¡No disparen!… ¡Ayuda!
-Pero qué m… le pasa, soldado.
-Una emboscada mi sargento. Todos muertos. Eran cuatro con automáticas y granadas de guerra, salieron de la nada.
-A qué hora fue eso.
-Una y treinta de la mañana. Pensé, pensé que me perseguirían y he corrido sin parar desde esa hora. Lloraba. -Toda mi promoción, sargento; toda.
-Ya cálmese, soldado y hábleme de los terrucos.
-Ya se lo dije, señor, eran cuatro, solo vi a cuatro… y…
-¡Y qué, carajo, y qué!
- Y, y, y…una mujer los ayudaba.
Junto con la luna… su vida se estaba ocultando…


Fin